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Updated: 2018-03-06T03:29:36.376+01:00
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PRÓLOGO PEQUEÑO ENSAYO SOBRE EL TRABAJO QUE EL LECTOR PEREZOSO NO DEBE OMITIR, SO PENA DE PERDERSE ALGUNOS RAZONAMIENTOS FORMATIVOS – CARÁCTER DEL HÉROE – EL DE SU PADRE «El autor en el año 200o, fecha de publicación de LOS DOS LUISES» Es notable la cantidad de tonterías que dice y hace la gente en nombre del trabajo. Precisamente uno de los rasgos que mejor definen nuestro deteriorado sentido de la sociedad es que en esta en que vivimos el trabajo califica, y que basta con preguntar a alguien a qué se dedica para inferir de su respuesta la completa medida de su valor. Como instrumento de calificación, estas inquisiciones son tan intimidantes como capciosas; pero cabe suponer que tras ellas se oculta satisfecho cierto espíritu de conquista sobre antiguas nociones como las de belleza, talento, virtud e incluso cuna, nociones que el trabajo no ha incorporado tanto como ha sustituido y que ciertamente, fuera de su acaparador dominio, puede decirse que ya van quedando caducas. Nadie pone en duda, de hecho, su caducidad, y muestra de ello es la pésima condena que sufre en esta época la otrora distinguida, pacífica y admirable figura del ocioso, que hoy vemos extinguirse avergonzada y cabizbaja, incapaz de substraerse –peor aún, convencida totalmente– de las injuriosas acusaciones de haraganería e inutilidad. Gracias al trabajo, todo el mundo puede hoy sentirse superior al pobre ocioso que no lo tiene ni lo desea, y especialmente a sus razones suficientes para no tenerlo ni desearlo, demasiado extemporáneas a estas alturas para suscitar el escándalo en vez del desprecio. Hoy sólo hay desprecio para el ocioso: hasta quienes carecen de vocación para ese estado, es decir, los que no tienen trabajo pero lo desean y aun exigen, los llamados parados, arrastran la inicua fama de aquellos a los que de ningún modo pretenden imitar y padecen por esta falsa similitud infinitas penas y castigos; y es incluso frecuente que algunos de esos parados, gracias al mismo equívoco del que son víctimas, lleguen a preguntarse con indecible angustia si no serán acaso tanto o más indeseables que esos gandules vocacionales por cuya causa han perdido, además del amor propio, la dignidad social. Así se explica, entre otras razones, por qué actualmente lo que a menudo tiende a verse como consecuencia directa de la situación de paro, esto es, la indigencia y la canallería, no pueda considerarse cabalmente degradación de nada, pues es evidente que, a causa de los mencionados prejuicios, quien llega a estos extremos está ya previamente degradado. Degradado por los demás y degradado por sí mismo, al indigente o al canalla apenas le queda otra salida que exhibir públicamente la suma de su degradación, para que tanto unos como otros comprueben hasta qué punto estaban en lo cierto. Y, en vista de que toda demostración de convicciones, además de producir horror y escalofrío, produce también una espantosa sensación de coherencia, es práctica reconocida entre los degradadores recompensar el ejemplo de los degradados arrojándoles de vez en cuando unas monedas, unas cartillas o unos subsidios, que éstos invertirán coherentemente, y a fin de que todo se continúe verificando, en perpetuar su ilustrativa degradación. Semejante espectáculo, que a pesar de todo jamás ha sido moral, ni mucho menos heroico, es sin embargo tan sólo una de las consecuencias del grotesco ideario de la cultura del trabajo. Pero hay otras desde luego, y algunas, curiosamente, no tienden a la exclusión, sino a la integración. Por supuesto la sociedad aplica una enorme diligencia a la obra de expulsar fuera de sus límites, manifiestamente y haciendo toda clase de ruido, a quienes han caído en la abominación de vivir sin trabajar; se cuida incluso, como se ha apuntado, de que el lugar prohibido donde se los confina sea, como aviso, provechoso. Pero tampoco es menor, y sin duda más meritorio, el esfuerzo dedicado a dar a to[...]2017-03-12T22:40:36.569+01:00
Por culpa del espacio, cada vez más pequeño, es normal que hablemos usando generalidades. Podemos incluso conceder a los más suspicaces del lugar que hay algo relacionado con la jerga de los lenguajes promocionales, claro.¿Pero qué es el lenguaje promocional antes que eso sino una síntesis? La razón por la cual encontramos miradas lúcidas y profundas no es porque un publicista tomara decisiones sobre adjetivos, sino porque alguien decidió que ése lenguaje - el lenguaje que usaban ciertos tipos de personas - era conveniente para describir un libro, una película, etcétera con fines dobles.Si seguimos el hilo del razonamiento, nos daremos cuenta de que es muy difícil explicar una novela. Uno la puede analizar usando marcos teóricos que otros nos han prestado o se puede esforzar en hacer un resumen esmerado de su argumento; pero rara vez contamos con la ocasión de explicarla. En los foros de novela, sean más profesionales o más agradables, hablaremos de ella haciendo cierto tipo de análisis (contextos, procedimientos) o profiriendo impresiones. Esto se debe a muchas cosas. La primera es evidente, podemos empezar por una generalidad: estamos limitados. No tenemos una conciencia idéntica a quien escribe tal o cual novela y no siempre somos interlocutores perfectos. De hecho, eso sucede pocas veces y ni siquiera “perfecto” significaría aquí otra cosa que un proceso complejo que tiende a afinarse antes que un fin o un estado acabado.Otra cosa es que no leemos tantos autores en nuestro idioma como creemos. Una parte crucial de la literatura es la traducción, y aceptando el trabajo (el esfuerzo, la concreción, la inteligencia prestada) de un traductor, aceptamos nuestra incapacidad de transitar por otros sentidos profundos.¿Y si escribe en nuestro idioma quién garantiza que lo haga en contextos reconocibles? Sucede (aunque no solamente) con los clásicos. Al mismo tiempo, aunque tenemos una teoría disponible, no siempre la tenemos toda y no tenemos, desde luego, el tiempo que requiere para aceptarla.Así que leer es siempre un movimiento entre límites. Pero eso no puede eximirnos de leer a novelistas también en sus detalles. Los detalles rara vez aparecen citados entre tantas generalidades, pero son una parte central del placer de leer novelas.Por ejemplo, han aparecido muchas reseñas de la novela de Diego Zuñiga, Racimo. Todas hablan de cosas bastante razonables con las que además estoy de acuerdo. Leemos que la novela dibuja una “realidad espectral” donde lo más temible es “la ambigüedad de la historia”.Muy bien, muy bien. Pero yo no puedo olvidar un detalle del principio de la novela. El protagonista, Torres Leiva, se encuentra haciendo un viaje al norte (de Chile) con su madre. Entonces, Zuñiga escribe:Torres Leiva pensó en un principio que era una broma, porque a su madre le gustaba hacer ese tipo de bromas: decir algo que nadie espera, decir algo incómodo, mirar las caras de desconcierto, de pregunta y luego explicar el chiste y reírse. Decir, por ejemplo, quiero viajar al norte, quiero que le pidas a tu papá que te preste un auto porque voy a ir a Iquique a ver a una amiga. Decir eso quedarse en silencio, demorar la explicación y reírse. Pero no, no hubo broma esa vez.Zuñiga está usando un rasgo trivial de un carácter (cómo alguien usa un registro de humor no del todo cómodo) de un modo especialmente afectuoso. Y con dos intenciones. El lector sabe que Torres Leiva pudo pensar eso, pero que ese pensamiento en sí no es importante. Lo importante es que el escritor está, con el detalle, dejándonos acceder a un tipo de experiencia (lejana) con la que Torres Leiva se ha formado. Leiva recuerda algo trivial de su madre pero importante para la situación del presunto viaje (sus bromas sin mucha gracia) pero el lector tiene acceso a una mujer que en sus ganas de desconcertar, está viva ante nuestros ojos y reconocemos algo de su vida.Lo cierto es que en las novela[...]2017-03-11T18:19:57.797+01:00
El otoño pasado releí Las olas de Virginia Woolf y tuve una intuición más bien perezosa. Me pregunté cómo sería el mundo para la gente antes de Woolf. A fin de cuenta, la literatura nos da también maneras de entender lo posible y eso también está relacionado con el discurso público que escuchamos a un escritor o escritora. ¿Cómo explicar una figura como Woolf? Parece bastante razonable preguntarse por su obra y por lo que abrió a la literatura inglesa, y la importancia de su figura, nos recuerda que en circunstancias adversas, recordarla era también preguntarse por cómo lo hizo respecto a los límites.La figura de Woolf supuso un pequeño avance del siglo veinte: una segunda mitad donde la extensión de derechos podría suponer, al menos, la posibilidad de que las mujeres pensaran e intervinieran más decisivamente en el campo cultural (tanto como en otros).Como tantas cosas, la tarea permanece incompleta y a ratos difícil. La importancia de Woolf, sabemos hoy, fue doble: lo más evidente es que fue una autora de novelas magníficas, ensayos absolutamente necesarios para comprender lo que vino después y con una vida lo suficientemente dramática para seguir inspirando a otros y otras a escribir ficciones sobre ella.Pero la otra importancia es acaso la más crucial para la vida de la cultura: a las lectoras y lectores de Woolf le siguieron escritoras en inglés como Susan Sontag o Zadie Smith cuya capacidad y voluntad de pronunciarse públicamente no era extraña. Es decir, Woolf intervino en la tradición, en nuestra forma de verla y pensarla.Quiero evitar escribir que se trata de “nuestra Virginia Woolf” - porque sus temperamentos son bien distintos - pero no puedo evitar pensar que Belén Gopegui ha hecho esto en la más reciente literatura española. Parece difícil de describir. La generosidad de Gopegui fue amplia. Su descubridora y en gran medida maestra fue Carmen Martín Gaite. Ésta lo tuvo realmente difícil, incluso más todavía. En una literatura española que iba a ser regurgitada por machos, Gaite fue una intelectual rebelde, audaz y con una cultura de primera que supo hasta sobrevivir a la Salamanca franquista.Pero Gopegui hizo algo más, creo. Algo emocionante. Ha escrito una novela sobre la experiencia reciente de la España democrática. A veces este aspecto, decisivo, se obvia. No por Hayley Rabanal quien habla de “buscas de solidaridad” en su tesis dedicada a Gopegui.La importancia de Gopegui es que abre un camino. En dicho camino, publicar artículos con lecturas exigentes, caracterizados por la soltura de pasar de una película de masas a un gesto sutil, se ha hecho una costumbre feliz.Su idioma español, donde convive una lectora en poesía con otra capaz de pensar idiomáticamente cosas tan dispares como Flaubert, Umbral o Tólstoi, ha sido un regalo para quienes prefieren la lectura atenta. Pero su obra y ejemplo - sin ningún premio literario oficial y oficioso, en un esfuerzo titánico dadas las condiciones de vida - nos dejan un tipo de literatura que se hace más y más pequeña y no desfallece.Pero no es este un lamento, de esos bonitos que tanto y tan bien ha criticado la autora. En realidad, es una invitación. Gopegui ha escrito dos novelas infantiles, tres obras maestras de la novela para adultos, una novela juvenil, y un puñado de ensayos memorables. Hay un par de guiones. De un debut lírico y tan sensual que parece ideal para citar en cualquier cortejo hemos pasado a novelas de espías (o con espionaje) tristísimas, extrañas, guerreras.Gopegui es, por último, una escritora preocupada por lo que nos pasa. O lo que creemos que nos pasa. En sus relatos, estar en una organización política no es necesariamente un desencanto. Pero como no es una escritora predictiva, lo que pasa después es lo más interesante. Como sus personajes. Por eso merece la pena leerla ¿no? Intentaré explicar en gran medida el sentid[...]2017-03-06T01:15:26.741+01:00
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«Hasta este momento nunca me había conocido» dice Elizabeth Bennet. «Cómo comprender los engaños que consigo misma había tenido y seguir viviendo» medita Emma. El autoconocimiento es para Jane Austen una virtud tanto intelectual como moral, muy cercana ao tra virtud que considera fundamental y que es relativamente nueva en el catálogo de virtudes.Cuando Kierkergaard opuso los modos de vida ético y estético en Enten-Eller, argumentaba que la vida estética es aquella en que la vida humana se disuelve en una serie de momentos presentes separados, en la que la unidad de la vida humana se pierde de vista. Por el contrario, en la vida ética los compromisos y responsabilidades con el futuro surgen de episodios pasados en que se concibieron obligaciones, y los deberes sumidos unen el presente con el pasado y el futuro de modo que conforman así la unidad de la vida humana. La unidad a que Kierkergaard se refiere es la unidad narrativa, cuyo lugar central en la vida de las virtudes he descrito en el capítulo precedente. En la época de Jane Austen esa unidad ya no podía tratarse como una mera presuposición oc ontexto de la vida virtuosa. Ha de ser continuamente reafirmada, y su reafirmación más en los hechos que en las palabras es la virtud que Jane Austen llama constancia. La constancia es fundamental en dos novelas por lo menos, Mansfield Park y Persuasión, en cada una de las cuales es la virtud central de la heroína. La constancia, según palabras que Jane Austen pone en boca de Anne Elliot en su última novela, es una virtud que las mujeres practican mejor que los hombres. Y sin constancia, todas las demás pierden su objetivo hasta cierto punto. La constancia refuerza, y se refuerza con, la virtud cristiana de la paciencia, pero no es lo mismo que la paciencia, así como la paciencia refuerza, y se refuerza, con la virtud aristotélica del valor, pero no es lo mismo que el valor. Así como la paciencia conlleva necesariamente unr econocimiento de lo que es el mundo que el valor no xige, también la constancia exige el reconocimiento de una especial amenaza la integridad de la personalidad en el mundo típicamente moderno, reconocimiento que la paciencia no exige necesariamente.No es casual que las dos heroínas que muestran la constancia más notable tengan menos encanto qeu el resto de las heroínas de Jane Austen, y que una de ellas, Fanny Price, haya sido considerada positivamente poco atractiva por muchos críticos. Pero la carencia de encanto de Fanny es fundamental para las intenciones de Jane Austen. Porque el encanto es la cualidad típicamente moderna de quienes carecen de virtudes, o las fingen, y les sirve para conducirse en las situaciones de la vida social típicamente moderna. Camus definió una vez el encanto como aquella cualidad que procura la respuesta «sí» antes de que nadie haya formulado pregunta alguna. Y el encanto de Elizabeth Bennet o incluso el de Emma puede confundirnos, aun siendo auténticamente atractivo, en nuestro juicio sobre su carácter. Fanny carece de encanto, sólo tiene virtudes, virtudes auténticas, para protegerse, y cuando desobecede a su guardián, sir Thomas Bertram, y rehúsa casarse con Henry Crawford, sólo puede ser porque su constancia lo exige. Con este rechazo demuestra que el peligro de perder su alma le importa más que la recompensa de ganar lo que para ella sería un mundo entero. Persigue la virtud por la ganancia de cierto tipo de felicidad, y no por su utilidad. Por medio de Fanny Price, Jane Austen rechaza los catálogos de virtudes que encontramos en David Hume o Benjamin Franklin.El punto de vista moral de Jane Austen y la forma narrativa de sus novelas coinciden. La forma de sus novelas es la de comedia irónica. Jane Austen escribe comedia y no tragedia por la misma razón que lo hizo Dan[...]2017-02-06T22:20:16.330+01:00
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En los agradecimientos de Anabel figuran un montón de nombres. Amigos y cómplices del escritor y director, Antonio Trashorras, que son también, como él, críticos cinematográficos formados en las exigencias de la prensa de papel y sus transformaciones.Hay, por supuesto, dibujantes de cómics, escritores. La película, seriamente, termina dedicada a HR Giger. Diré que esto me parece secundario. En los agradecimientos he hallado la pista. Un nombre puede pasar desapercibido. Ése nombre es el de Milton Friedman, el economista de la Escuela Chicago cuyas tesinas construyeron o ayudaron a construir el actual bloque de la derecha ocupada en reducir el estado redistributivo. Friedman se convirtió en piedra de toque del llamado neoliberalismo. Este nombre aparece como una pequeña pista de Trashorras, una indicación discreta.**Con las inteligencias generosas sucede que es muy fácil sentir como propia las casas que han levantado con cuidado, y éste es el caso de Trashorras. Uno acudía a él esperando criterio y resistencia en sus críticas, y uno vio con simpatía su cortometraje Dos manos zurdas y un racimo de ojos manchado de gris (2009) y su largometraje El Callejón (2011). Trashorras había participado en guiones para otros directores, como el libreto de El espinazo del diablo (2001, junto a David Muñoz) o la estupenda Agnosia (2009) de Eugenio Mira.Su primera película, una extraña investigación sobre las pasiones propias hecha en una industria en descomposición avanzada, ha envejecido bien y no era una película donde sus talentos se afinaran tan bien como en ésta.¿De qué trata Anabel? Podemos explicar su argumento y podemos explicar, finalmente, lo que nos termina mostrando. El argumento persigue a un extraño que, con la excusa difícilmente rebatible de que no tiene adonde ir, va a un piso a vivir con dos muchachitas de veintitantos, dos espléndidos arquetipos del madrileño de cambio de siglo: una aspirante a funcionaria y un bosquejo de actriz.Pero el extraño provocará turbación en la convivencia. ¿Qué emergerá tras su presencia? La película se abre con una cita de Nathaniel Hawthorne y uno puede comprender el por qué. Anabel usa un ropaje de cuento, digamos, neo-gótico urbano donde Trashorras puede permitirnos citar con calma a cierto Polanski por la claustrofobia y la otredad.La película, no obstante, trata de lo siguiente: una rentista se hace pasar por trabajadora normal y corriente mientras convence a su compañera de piso / inquilina de que eche a una mujer sin recursos. Llevado a cabo el deshaucio, una figura que tal vez sea su padre, aparece para trastocar y vengar la muerte de su hija, poner de relieve esta evidencia. Es, al mismo tiempo, un fantasma y un juez.Como vemos si el eco es de Hawthorne, la letra de la música es del economista Friedman (o, por decirlo menos humorísticamente, de los inteligentes discípulos de la tradición de los oprimidos). Trashorras tiene la inteligencia de que el cruce de personajes sea también un cruce de maneras de actuar: Enrique Villén es un actor secundario de carácter, Rocío León opta por registros más naturalistas propios del cine low-cost alternativo de donde procede y Ana de Armas usa su carisma escénico para darle una pátina cómica a su personaje.La película cuenta con tres montadores acreditados y no es ningún secreto que se trata de una película de guerrilla, rodada probablemente en 2013 y en post-producción durante dos años. La música no siempre resulta adecuada y la fotografía es antes un recurso inmediato que cualquier manierismo.Éste es uno de los más raros ejemplos de gran cine social y de imaginación que hace emerger figuras de su tiempo,[...]2016-12-27T12:58:40.092+01:00
2016-12-27T12:55:05.892+01:00
Nada puede encomendar las historias a la memoria con mayor insistencia, que la continente concisión que las sustrae del análisis psicológico. Y cuanto más natural sea esa renuncia a matizaciones psicológicas por parte del narrador, tanto mayor la expectativa de aquélla de encontrar un lugar en la memoria del oyente, y con mayor gusto, tarde o temprano, éste la volverá, a su vez, a narrar. Este proceso de asimilación que ocurre en las profundidades, requiere un estado de distensión cada vez menos frecuente. Así como el sueño es el punto álgido de la relajación corporal, el aburrimiento lo es de la relajación espiritual. El aburrimiento es el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia. Basta el susurro de las hojas del bosque para ahuyentarlo. Sus nidos —las actividades íntimamente ligadas al aburrimiento—, se han extinguido en las ciudades y descompuesto también en el campo. Con ello se pierde el don de estar a la escucha, y desaparece la comunidad de los que tienen el oído atento. Narrar historias siempre ha sido el arte de seguir contándolas, y este arte se pierde si ya no hay capacidad de retenerlas. Y se pierde porque ya no se teje ni se hila mientras se les presta oído. Cuanto más olvidado de sí mismo está el escucha, tanto más profundamente se impregna su memoria de lo oído. Cuando está poseído por el ritmo de su trabajo, registra las historias de tal manera, que es sin más agraciado con el don de narrarlas. Así se constituye, por tanto, la red que sostiene al don de narrar. Y así también se deshace hoy por todos sus cabos, después de que durante milenios se anudara en el entorno de las formas más antiguas de artesanía.2016-12-01T13:20:19.435+01:00
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Todos queremos algo (Everybody wants some, 2015)¿Existe tal cosa como el cine libre? Casi siempre que se usa ese adjetivo se refiere a una metáfora y de modo estrictamente reactivo: frente a la que sea la forma dominante - pensamos en una narración, en una película que tiene un centro digamos narrativo - el cine libre podría saltar tales reglas y tener otros intereses.Si asumimos que en 2015 esos presupuestos son algo endebles, cine libre sería también o, fundamentalmente, algún tipo de reacción contra lo que se establece como mayoritario. Pero esto ahora nos sirve poco.Para empezar, porque la forma de Hollywood es variada tanto en televisión como en cine, y no tiene una característica; y si la tuvo antes, que es dudoso, bien podríamos decir que tenía la reacción algo de ilustrativo de esa forma.En todo caso, no conviene desdeñar ahora el adjetivo como una discusión del pasado que no vaya a repetirse. O no conviene fingir que el cine es algo impersonal, que no son los espectadores y espectadoras quienes encuentran esa libertad como metáfora de un descubrimiento y como construcción del gusto y también del juicio y la tradición.Como tales cosas no son fijas, y se discuten ampliamente, vamos a definir que es tal cosa como el cine "libre" de Richard Linklater: suele ser el hecho de que reduzca la escala y a ratos, sus temas parezcan ocultos. Son nítidos, pero ciertamente no hay un personaje que, necesariamente, quiera algo y luche por conseguirlo.Como hablan y a ratos están, en efecto, dudosos o mirando, eso genera un efecto retórico de no tener la película trama. Pero la tiene, aunque son los énfasis que cambien.IITodos queremos algo es, al mismo tiempo, según el propio cineasta, una secuela de Boyhood (2013) y Movida del 76 (Dazed & Confused, 1993). Se centra en un día en la universidad, pero sucede en lo que probablemente fue 1980, un año que Linklater vivió.Un contemporáneo de Linklater, Quentin Tarantino, ha filmado en 70 mm este año una película del oeste. El formato pretendía evocar casi literalmente a las grandes producciones de antaño, incluyendo una presentación y un descanso.Dos directores llegando a los cincuenta evocan el tema del tiempo y su mirada al pasado. Con una nostalgia que si no parece gigante, si es al menos lo suficientemente relevante para que condicione sus premisas.Todos queremos algo es, en realidad, una versión melancólica de las películas adolescentes de los ochenta. Hay rastros de epifanías de su cineasta, pero no resultan profundos: los protagonistas no son entendidos más que como arquetipos de un momento estelar que ya pasó.Ese momento estelar son los días previos a la clase, donde el héroe, Jake, encarnado por Blake Jenner, ve la llegada de la experiencia universitaria. Si no el cine, al menos Linklater parece temer a los efectos de la educación formal: a la experiencia univeristaria, a una mirada amplia, a lo que se sugiere después de años aprendiendo.Se ve más confortable en fronteras más estrechas y aquí afectan a la película. Con otra versión más del chico conoce chica propia de su pathos, vemos a actores recitar encantados líneas de guión del flirteo reglamentario. El flirteo suele ser romanticismo mucho más aburrido de lo que admiten sus defensores: cada momento es revelador, cada momento es significativo, con lo cual se hace un romanticismo general, poco lleno de texturas. Esa es la razón por la cual la segun[...]2016-10-22T17:50:07.916+02:00
Se ha muerto Steve Dillon. A los 54 años, en Nueva York. Los detalles concretos son pocos. El dibujante inglés transformó por completo mi relación con los tebeos. Probablemente, de maneras más sutiles de las que pueda enumerar ahora. Haremos una primera tentativa.La relación y la experiencia como lector es siempre delicada (casi tanto como otras). La del lector de tebeos, los tebeos semanales de grapa, también tiene sus peculiaridades. Una de las peculiaridades es que las personas crecen y de repente, el adolescente busca otros lugares, otros mitos. Las historias de superhéroes dejaron de ser tan interesantes para mi durante gran parte de mi adolescencia.La razón puede resumirse en términos simples, sin que lo sea por ello necesariamente: algo prohibido, algo distinto. El adolescente busca en lo oscuro, y ¿qué mejor lugar para empezar que los tebeos de Garth Ennis dibujados por Steve Dillon?Predicador era perfecta cuando la encontré una tarde tonta en Mataró en el verano de 2001. Había chistes contra la iglesia - lo que a un chico de clase obrera de educación ligeramente católica de Mataró le sonaba muy subversivo - y había un enfrentamiento contra El Mal entendido como los tacos.Estaba Abierto hasta el Amanecer, es decir, estaba Tarantino y estaba Ennis. Formaban parte de la misma tradición, aunque tradición significara (también o básicamente) moda. Leí el tebeo como vi aquellas películas.Esta paradoja más que ser explorada en sí, era una excusa para hacer un tebeo de ultraviolencia de parte del bien. Que no envejeciera bien parece ahora casi una parte de su encanto, una pequeña modestía contractual.Claro que también estaba el Hellblazer donde John Constantine y su habilidad para fumar se convertían en una trampa. Este tebeo era más que subversivo, hábil: Dillon sobresalía también por su capacidad de recuperar lo que se supone que había sido siempre Hellblazer.Dillon era, en buena medida, el protagonista de los hallazgos de Ennis. No podían explicarse por separado. Dillon daba a los diálogos - chabacanos, llenos de chascarrillos, con ingenios ocasionales - una cierta suciedad y una expresividad insólita.Para cuando cumplí los diecisiete años, ya no tenía demasiado sentido fingir que no amaba el género superheroico. Todo esto cambió en gran medida gracias a Frank Miller, Warren Ellis, Joss Whedon Jason Aaron (para el que también Dillon dibujó tebeos gloriosos), Mark Millar y etcétera.Hubo un tebeo a los veinte que lo cambió todo, por supuesto. Decían que allí Ennis y Dillon habían estado mejores que nunca. Había leído críticas online, pero las rebajas y la segunda mano ayudan. El Punisher de Ennis y Dillon era casi todo lo que yo necesitaba para borrar el edificio (igualmente frágil) de preconcepciones.i había rémoras de sospecha en mí acerca de Punisher - no deja de ser el prototipo de justiciero ochentero con una anarquía de derechas modelada en pleno conflicto social de las reaganomics - quedaron borradas.Lo cierto es que Bienvenido a casa, Frank es uno de mis tebeos favoritos. Actualizando la premisa del western, adaptándose bien a lo que hacia las mafias a la gente corriente y currante, Punisher se lee como una irónica fábula de robo a los extorsionadores con sangre e ironías respecto al sistema: el escepticismo sin exceso, donde la institución y la comunidad se hacen necesarias delatan la inteligencia d[...]